viernes, 21 de septiembre de 2018

Ya me voy, no sé pa dónde.



Me voy; me llevan.
No se muy bien
si me llevan o me voy.

Me llevan por los caminos
a rastras y a empujones.

Y hasta el camino que elijo
en las bifurcaciones
lo elijo porque una voz
me susurra en el oído
a gritos porque soy duro
de escuchar las vibraciones
del susurro.

¡No me levantes la voz!,
le digo, mas no hace caso.
Ella a lo suyo: a mandar
y a encargar trabajos.

¡Y parece que soy yo
quien toma las decisiones!

En medio de este barullo,
sin alma caritativa
que medie en este conflicto,
yo me refugio en lo mío:

¿Será verdad lo que afirman
filósofos y otros testigos?:

¿Será verdad lo que dicen: 

que existe el libre albedrío?

¡Que enorme duda, Señor,
mayor que el "Ser o no ser"!
¡Desatáscame, Dios mío!
¡Desencállame la rueda
del carro en el desvarío!

Y ahora me voy, o me llevan,
no sé, a otro lugar y tiempo.
No sé si en bagaje de mano
se permiten pensamientos.
No he facturado equipaje.

Por si acaso, antes de irme,
quiero dejar lo que pienso.
Guárdamelo a buen recaudo
por si me pierdo y no vuelvo,
o por si vuelvo y me pierdo.






Locos de atar



-¿Habéis perdido el juicio?


Por las siglas de las siglas. Amén.

Me preguntas con la ladina intención de que te dé la razón en contra de tu adversario en el coso, en contra de tu enemigo en el ruedo, en contra de tu oponente locuaz en el sillón del congreso, en contra del que rebate con trampas y silogismos tus argucias amañadas para ganar el debate y lograr las ovaciones del público asistente y el voto de los votantes:

"-¿A quién van referidas tus palabras?"
...


Mis palabras van:

-Referidas a ese vecino con el que me cruzo dos o tres veces al día antes de salir al rellano.

La primera al afeitarme, con su cara embadurnada y su mirada curiosa y cargada de censura.

La segunda mientras me cepillo los dientes, farfullando unas palabras que ni él mismo las entiende y con cara de amargado.

La tercera cuando en el ropero, en un intento de vestirme con mis mejores galas, me pruebo como le quedan a mi estampa unas siglas nuevas con corbata mientras él, impertinente, me contempla con perversa indiferencia.

Las antiguas, las siglas de los siglos pasados, caducadas y obsoletas, las descolgué de sus perchas y las doné para el mejor provecho de los pobres en el contenedor de reciclado.

Y la cuarta ante la puerta, antes de marchar, mirando desde el otro lado del marco especular con cara de circunspecto, alegrándose en el fondo, y en la superficie también, de perderme de vista durante un largo rato, casi una jornada, en la que nuestras vidas y nuestras miradas dejaran de cruzarse, alzadas frente a frente, juez y reo, reo y juez, provocadoras, en acusaciones mutuas.


Esperemos que en los siglos de los siglos venideros consigamos llevar al paro y apuntar en las listas de desempleo al juez y al reo y perder el juicio y alegrarnos en el alma  cuando oigamos a nuestro alrededor  que alguien comenta señalándonos con el dedo refiriéndose a nosotros:

"-¡Mira!:  Esos dos han perdido el juicio."




P.D. (I)
Mis palabras no van dirigidas ni a favor ni en contra de nadie fuera de mí. Soy plenamente consciente de que lo que veo fuera no es sino el espejo y la proyección de lo que soy en una pantalla. Yo soy única y exclusivamente mi película. Y soy el espectador en mi butaca, protagonista, antagonista, coro y comparsa. Y alguna vez, las menos, el apuntador.

P.D. (II)
Por una vez fui el cobrador de la taquilla. Me largué con la pasta. Todo un tesoro. Desde entonces me andan buscando los antiguos amigos, que ya no lo son, y los buscadores de tesoros, mis nuevos amigos, que lo serán hasta lo que dure la búsqueda, hasta que me encuentren, si me encuentran...