domingo, 3 de junio de 2018

En un mercado persa








Vendedor de yuyos, quincalla y demás ferrería.
Vendedor de ferraris, de motos y utopías varias.

Ese es mi oficio.


También vendo sabios consejos de viejos, recién restaurados para usuarios nuevos, por hábiles manos de oficiales varios del taller de orfebre del rico anticuario.

Para mí no tengo.


Todo ello lo expongo en un puesto chiquito, debajo de un toldo, al fin del pasillo, en un mercadillo de todo barato, abierto en domingo.


Si quieres te pongo tres cuarto de libra de yerbas surtidas, romero, azafrán, cúrcuma y tomillo; un sabio refrán y un proverbio chino.


Junto a ello, en paquete aparte, te envuelvo a tu gusto, en papel de estraza que no contamina, los clavos de Cristo y un par de tornillos, que fueron sostén y seguro del eje del potro, ingenio y figura de la Inquisición, una institución con mucha cultura y gran tradición en nuestra nación que aún hoy perdura.


Te vendo un seguro de muerte inminente, contrato sin letra pequeña en su envés, que te garantiza apertura segura con entrada libre sin trato con Pedro, el portero, guardián a la Puerta del Cielo, con palco en reserva, sentado a la diestra del Padre y Señor.


Si eres musulmán, que escuchas atento el sermón del imán, un banco en el parque del Jardín del Edén y un Serrallo donde cien huríes, doncellas y bellas, acunarán tus sueños, velando el descanso y hartazgo darán a tu pecho hambriento y corazón sediento, sellando tu boca con enjambres de besos de amor con sabor a miel del panal de sus labios.


Y si eres Hurí, para ti dispongo en bandeja argentina, la inmensa fortuna de ser tú la una y las cien, doncellas y bellas, fundidas en una, que amaba y gozaba, y tú a una con él, el apuesto Sultán a la luz de la luna en las noches de blanco satén.


Un Ferrari usado, que ya no me sirve, tengo en mi garaje aparcado. Ese no lo vendo; lo doy regalado.


Un baúl de recuerdos del que no me acuerdo donde está guardado ni qué guarda dentro sellado.


Un cofre pequeño lleno de secretos y treinta monedas de plata, ganadas con la sangre y sudor de un Maestro y a cambio de un beso traidor en un huerto.


Una armadura oxidada de caballero que fui y una espada que corta como un bisturí y mucho mejor que tu lengua con su doble filo y mi lengua afilada en debates, disputas y contiendas mil acerca del 'tú' que es un 'yo' y sobre la existencia o no de Dios y del libre albedrío.


Ideas a espuertas; inventos a cientos. Futuros inciertos, llenos de esperanza; pacientes esperas, vestidas de novia y compuestas y en salas de espera de hostales, hospitales, hospicios, juzgados y audiencias.


Y yo, inocente de mí, esperando que una pera se caiga de un guindo y, sin perder la esperanza, ingrata, maldita, corazón de piedra, estar a la espera de que un día no demasiado lejano me ames, aunque no me quieras, antes de que el mundo sucumba y me entregue como prenda a la tumba o de que tú te mueras.


Casa solariega, orgullo de estirpe; de piedra angular con solera esculpida a mano, por fino artesano oficial de primera, a martillo y cincel en cantera.


Un canto rodado hallado en el surco abierto, labrando en mi campo baldío y desierto con reja y arado, donde siembro y planto cereal para el pan y cizaña a partes iguales, hortalizas y un árbol frutal y, junto a este canto extraído del barro primal, el Canto del Pueblo, que es mi propio canto.


Látigos, cilicios, flagelos y una mano experta en su hábil manejo que no hace distingo entre hueso y pellejo. Si quieres, te enseño en tu cuero su funcionamiento.


Tres canciones tristes, rellenas por dentro de llanto, lágrima y lamento; milonga, bolero y un tango, para dar consuelo a tanto dolor y quebranto y a tan gran sufrimiento. Si quieres y aún te sobra tiempo, ahora que estamos a solas, te canto un fragmento.


"Nadie me ama, nadie me quiere...
Lloro en silencio mi desventura..." 
(Nat King Cole)

...triste es mi vida...


O, si lo prefieres,
te rezo un memento o un miserere,
oración que acompaña al difunto allá donde fuere.


"¡Qué solos se quedan los muertos!"



... ... ...


¡Espera un momento!
¡No huyas, cobarde!


No te vayas aún. Tengo más ofertas.
Te vendo una moto en perfecto estado.
No la necesito. Me basta un triciclo a pedales.


Abandono el puesto.
Me voy a hacer el camino
que queda rodando y andando.


Y por todo equipaje...
cayado, farol, reflexión y un hatillo.


Todo eso y mucho más, el resto del tenderete,
te lo cambio por un gramo de voluntad 
para dejar de quererte, 
tirana inconfesa.


Y acto seguido, si aceptas,
después de pesado y medido,
te regalo también la balanza
con la cajita dorada de pesas.


¿Qué me dices? ¿Aceptas?