Me queda la palabra.
Solo me queda la palabra,
patera solitaria a la deriva en el fragor de la tormenta,
caballo sin jinete y sin bocal desbocado en la pradera.
Me queda la palabra desnuda
para lanzarla a la frente del gigante
con mi honda insolente de cabrero.
Me queda la palabra únicamente, cerilla encendida
cuya llama dura lo que dura sin quemarse
la yema incombustible de mis dedos.
Me queda la palabra con sonido, verbo,
o sin sonido, quedo,
desperezando impertinente los silencios.
Me queda la palabra aguardando guardada,
cual tesoro de pirata
en la cueva sin acceso de su isla solitaria,
en el fondo profundo y sin fondo del trastero.
Me queda la palabra hecha girones desgarrada
como vela de velero destrozada
por el viento huracanado,
insistiendo en cruzar
los umbrales fronterizos del estrecho,
cordilleras nevadas escarpadas,
desfiladeros sin fin,
simas con caída sin retorno,
angostos cañones y desiertos.
Aún me queda la palabra hecha tinta
sin secarse en el tintero
esperando al cálamo entregarse
ausente de prudencias y decorosas vestiduras
a la poza termal, tálamo nupcial
y crisol primigenio de todos los misterios.